Justo antes de los créditos finales de Plaza de la Soledad, primer largometraje documental de la reconocida fotógrafa Maya Goded, aparece una dedicatoria: “Con amor a nuestras madres y abuelas”. La película propone una mirada dulce, pero nada sentimental, a las vidas de las prostitutas que trabajan, viven y envejecen en el barrio de La Merced, en la Ciudad de México.
Goded se abstiene de tomar una postura explícita acerca de las vidas de sus protagonistas, a las que conoce desde hace más de una década, y se aleja del voyeurismo lascivo o la lástima. Tampoco pretende editorializar; por el contrario, se dirige a sus personajes como a participantes en el proceso de realización de la película y narradoras empoderadas de sus propias historias.
Esther, orgullosa, nos muestra cómo baila y se contonea tanto para sus clientes como para su amante Ángeles; Carmen nos invita a seguirla mientras busca a Lupe, su hija, embarazada e indigente; y Raquel, una mujer fuerte de 68 años, que nunca se quita la peluca por consejo del tarot, cierra la película con una interpretación valiente y conmovedora de “Esclavo y amo”. Esa canción embona a la perfección con un documental que es, en última instancia, una carta de amor a las madres, abuelas e hijas de la Plaza de la Soledad, cuya canción no ha sido aún entonada.